lunes, 24 de abril de 2017

Dub-lub...

Era un tarde como cualquier otra por el tiempo en que comenzaba mi primer año de residencia médica, el hospital recién comenzaba con la incertidumbre sobre su futuro económico inmediato y yo me encontraba repasando algunos conceptos sobre fisiología. El Tratado de Fisiología Médica de Guyton siempre me ha parecido que presenta los conceptos clave de forma muy clara y atractiva. Como ser humano y como médico, difícilmente me concibo sin la compañía de los libros, y puedo confesar sin rubor que los libros han guiado muchas de las decisiones que he tomado, han sido parte de esa chispa que ha iluminado las sendas de mi pensamiento. Me topé con “el Guyton” a los 19 años, fue toda una sorpresa que ha medida que avanzaba en su lectura reconfiguraba mi pensamiento. La fisiología era lógica, conociendo biología y leyes físico-químicas que aprendí en secundaría y preparatoria, era una maravilla poder disfrutar de aquellas páginas llenas de rigor científico y de ciencia en estado puro, y también, por qué no, de elegancia de estilo. Unas palabras llamarían poderosamente mi atención: “¿Qué sabe más otra persona, ya sea un teólogo, un jurista, un médico, un físico, etc., que usted, un fisiólogo, acerca de la vida? La fisiología se trata en realidad de una explicación de la vida. ¿Qué otra materia resulta más fascinante, más excitante o más bella que el tema de la vida?” (Dr. Arthur C Guyton. “Fisiología, una belleza y una filosofía”. Discurso de incorporación a la American Physiological Society 1975). Estaba fascinado. A la par de los cursos para mi formación médica, asistía al laboratorio de Fisiología, primer sitio donde pude apreciar por doquier el método científico, aprendí a cuantificar los fenómenos biológicos y a desterrar viejos atavismos rancios. Conceptos que reforzaría y complementaría posteriormente en medio de charlas informales y formales llenas de juvenil pasión donde integrábamos las ideas y se llegaban a postular atrevidas hipótesis; esto cuando me encontraba ya en el séptimo año de la carrera en los laboratorios de Bioquímica y Hemato-Oncología de un reconocido Instituto en la ciudad de México. Así como Prometeo, quien en la mitología griega, roba el fuego de los dioses para darlo a los hombres; la fisiología y la ciencia en general nos ha permitido acercarnos a ese conocimiento que creíamos fuera de nuestro alcance. En la obra Frankenstein o el moderno Prometeo de la escritora Mary Shelley se necesitó de una chispa de electricidad para la energía y generación de “vida”. Esa cuestión de electricidad, esa chispa también funciona en cada uno de nosotros. Para ser exactos, de unos pocos milivoltios, los que permiten que esa desestructurada, gelatinosa e inútil sustancia conformada por células nerviosas a través de la sinapsis se convierta en un telar encantado; unos pocos milivoltios que permiten que nuestro corazón lata 70 veces por minuto, cien mil ochocientas veces al día, de manera ininterrumpida (o casi). Ni los mejores servidores web consiguen semejante uptime (tiempo que un sistema o sitio web han estado funcionando sin interrupciones), y nuestro corazón lo hace gracias a un mecanismo digno del ingeniero más paranoico: marcapasos de backup, vías de conducción redundantes, irrigación por ramas colaterales… Con todo esto se consigue una actividad eléctrica ordenada y regular que se manifiesta en un latido cardiaco: dub-lub, dub-lub. Un dub-lub que día a día me ha permitido continuar.

Eduardo Rey Torres Cisneros

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