miércoles, 26 de abril de 2017

Lo que nadie te ha explicado...

Durante los últimos 8 años, muchas personas y letras se han empeñado en explicarme, y yo, en entender y aprender, qué antibiótico es la mejor opción, por qué la atropina acelera el corazón y por dónde se coloca un catéter venoso central. También he observado cómo hablar con el paciente y cuándo firmar un certificado de defunción. En resumen, se me ha explicado lo que tengo que dar. Pero nadie, lo que se me va a dar. 

Cuando empecé a moverme en el hospital (pero de verdad, no las prácticas de nueve a tres y a la sombra de muchos médicos (la procesión del pase de visita)), me di cuenta de que hay cosas que no se me explicaron, y seguramente a ti tampoco. Como la adrenalina que se libera cuando de repente alguien grita “¡Paciente en paro!”. El como transmitir que estás tranquilo y aquí no pasa nada mientras intentas que el hijo de esa señora que tus compañeros están reanimando en el cuarto de choque te cuente en qué punto exactamente del camino al hospital perdió el conocimiento, y por qué tiene la boca llena de sangre. No te explicaron cómo decirle a esa persona que su madre probablemente ya esté muerta. Y, sobre todo, nadie puede explicarte lo que sentirás cuando vuelvas a salir del cuarto y el hijo te mire con una lagrima y la voz temblorosa: “¿ya?”. 

Tampoco te explicaron lo injusta que es la vida. Por que sí, lo es, no puedes evitar darle la razón cuando lo dice ese hombre cuya mujer no atravesará la puerta de los cuarenta por lo que le diagnosticaste hace tres meses, y a quien te encuentras por casualidad mientras tú vas a entregar un expediente o una solicitud y él ha ido a acompañarla al enésimo estudio en el que le van a confirmar que la nueva quimio tampoco ha servido y la enfermedad sigue progresando. 

No se te advirtió de que tendrías que demostrarle a un hijo que su madre, a la que tú mismo viste morir hace un momento, efectivamente está muerta. Que lo que él nota al poner la mano sobre su cuello frío, no es el pulso. 

Se tiene la idea de que algún día tendrías que correr, y de hecho por eso siempre duermes vestido, con el celular a tu lado. Pero tampoco te explicaron la sensación de impotencia cuando, después de pasar a revisar a los pacientes a las seis de la mañana, te dicen “Fulano, el del cuarto 7 se ha parado”, ir corriendo al cuarto, estar un rato comprimiendo, pásale una adrenalina, y con las palas en las manos listo para desfibrilar, alguien dice: “Lo dejamos” mientras en la cama un hombre da boqueadas como un pez sacado del agua. Ni la desolación al ver que no hay teléfono de familiares en la ficha del paciente, que no hay contactos y que en el único que descuelgan la llamada de trabajo social te responden que sí, le conocen, pero no se hacen cargo de nada. Sesenta años y muerto al amanecer de una mañana cualquiera, sin que a nadie le importe. Un sobre en el archivo, un nombre en el pliego del certificado de defunción. 

Como a mi, nadie te habrá explicado todo esto que la Medicina te va a dar. Pero, ¿sabes qué? Cuando lleves treinta seis horas sin parar de trabajar, porque el servicio y la guardia estuvo a reventar; cuando, a punto de terminar la guardia, veas morir entre vómitos negros a una mujer cinco minutos después de que entrase por la puerta, todo el equipo de la guardia irá juntos a desayunar antes de retirarse a dormir (con un poco de suerte). Entonces te darás cuenta de que, al fin y al cabo, a nadie se lo habían explicado.

Eduardo Rey Torres Cisneros

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